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HUGO MARÍN: CERÁMICAS, EL NIÑO Y EL INFINITO

ENTREVISTA Y ARTÍCULO QUE REALICÉ PARA REVISTA ESTEKA DE CERÁMICA CONTEMPORÁNEA.

Hugo Marín (1929-2018) fue un artista original que le dio nuevo impulso a la cerámica en Chile, en una época en que se la consideraba una hermana menor de las artes visuales. Durante Agosto y Septiembre del 2024 se realizarán tres exposiciones simultáneas de su obra  en Santiago. A raíz de este tributo a su obra y vida, comparto contigo la entrevista que le hice en el 2011. Espero que la disfrutes.

Puedes descargar el pdf del artículo original o bien leer el texto completo más abajo.





Por Katja Berger


Hugo Marín emana una vitalidad que es fuente inagotable de inspiración. En todas sus creaciones hay una huella de su propia biografía, una observación del mundo y de la sociedad que deja plasmada en la obra. Si bien se puede recurrir a muchas fantasías explicativas, esos guiños revelan un mirar desnudo, libre de juicios, que puede resultar perturbador.


Trabaja simultáneamente en muchas obras y materiales distintos. A sus 82 años lo impulsan la búsqueda y el cambio constantes. Pintura, barro crudo, cuero, cartón, metal, cerámica. La libertad del juego creativo lo lleva a elegir el medio que mejor se ajuste a la obra en gestación.


Hace más de una década, Hugo hizo una escultura de un niño con pañales, en el taller de cerámica de Ruth Krauskopf. Desde entonces siguió explorando la cerámica en los talleres de Pilar Correa y de Lise Moller, en donde ha hecho sus últimas creaciones este año 2011.


Un elemento recurrente en su obra es el niño que, en sus juegos, imita a los adultos. “De ahí surgió una comprensión: que los niños a mí me representan mucho. Tengo el afecto por los niños y por mi mismo, que sigo siendo un niño dentro del adulto. Fuera del mundo del juicio, hay un niño que es el que crea”, declara Hugo. Es el niño quien se mantiene presente durante el acto de creación, con su mente vacía, abierta, despierta frente a todo lo que surge. El trascender a estados más profundos, más allá del intelecto, de la dualidad del observador y lo observado, ha sido su permanente anhelo. Para que una obra alcance la categoría de obra de arte, debe poseer esencia interior. Para lograrla, el creador ha de encontrarse en un estado de silencio profundo. Para Hugo Marín, “el arte de crear es una meditación dinámica. Se debe trascender el lugar donde ocurren los pensamientos y llegar a un estado de expansión.


¿Cómo recuperar ese vacío, ese estado de silencio profundo? El creador debe desarrollar la capacidad de conectar con ese estado trascendental y traerlo a cualquier actividad. En el estado entre la vigilia y el dormir se llega a ese vacío. En ese estado de entresueño se llega a la inspiración, porque en ese estado está todo interrelacionado”.

Hugo rescata el concepto de Utotombo, la magia que permea a las obras de arte que hace el chamán en Angola y que luego usa en ritos de sanación. “La dimensión espiritual de trascendencia hace que esa obra tenga una influencia energética y una vitalidad que le confieren la capacidad de rescatar a las personas y a la sociedad”.


Hugo Marín se unió al movimiento Meditación Trascendental, del Maestro Maharishi, en 1966. En 1974 inició su práctica sistemática y por varias décadas fue instructor de meditación. “Cuando se entra en ese vacío trascendental, se te abre el gusto por la práctica, la que eventualmente se vuelve indispensable. Es un estado que te ayuda a sacar el estrés que recibes. Siempre medito dos veces al día. Esa regularidad es la que va permeando el silencio, y ese silencio permea luego la actividad, los lugares que habitas”.


“El mundo de los críticos de arte se está vol- viendo tan viejo porque no saben lo que es la dimensión espiritual, trascendental, de la mente. El academicismo actual del intelecto es producto de la arrogancia de la ignorancia, porque no se sabe lo que es el ser profundo. Es ir más allá de la dualidad. El análisis tiene que ver más con el intelecto. Cuando el in- telecto se subordina, se enriquece ese saber; enriquece la realidad dividida, se produce la unión”, manifiesta Hugo Marín.


“Dejar que la mente se expanda produce felicidad, y la suprema felicidad es cuando la mente se encuentra con el infinito”, concluye. Y en ese encuentro se abren todas las posibilidades de creación. El artista se hace uno con la arcilla entre sus manos y sus sentidos saborean el momento presente. Y en esa total apertura emerge el gran creador de universos: el niño-dios interior, atento a la belleza que emerge más allá de las ideas y pensamientos. FIN.

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